Capítulo 29: El cielo nocturno de la prehistoria

En ese momento, Tang Heng no pensó en nada. Solo sintió un destello de luz negra ante sus ojos. Este término era un poco extraño; ¿cómo podía haber luz negra? Pero realmente fue un destello de luz negra, como el instante justo después de que termina una película y la pantalla se vuelve negra.

La oscuridad sin límites y sin fin surgió. Era el cielo nocturno de la prehistoria.

Dos segundos, o tal vez incluso más. Tang Heng se dio cuenta de que lo que veía eran los ojos de Li Yuechi.

Li Yuechi lo soltó. Tang Heng retrocedió tambaleándose. Movió los labios pero no pudo decir nada. Esos labios acababan de presionar los de Li Yuechi. Tang Heng no podía procesar esto. Era como si su cerebro, cuerdas vocales y boca estuvieran todos separados entre sí.

Li Yuechi lo miró con calma.

—¿Satisfecho?

Después de un rato largo, Tang Heng finalmente murmuró:

—¿Qué?

—¿No es esto lo que quieres a cambio de tu dinero? —Li Yuechi habló lentamente, tomándose su tiempo—. ¿Es suficiente?

—Yo…

—No habrá más. —Li Yuechi se rio—. No puedo aceptarlo. Este es mi límite.

Entonces, lo que quería decir era…

Tang Heng levantó una mano y se tocó los labios, aturdido. Seguían siendo sus dos finos labios y todo era normal, excepto por cómo temblaban. ¿Así que lo que quería decir era que este era su límite para satisfacerlo? Li Yuechi se lo había dado, Tang Heng lo había aceptado, ya estaba hecho.

—Eso no es lo que quería decir —susurró Tang Heng.

—¿No era eso lo que querías?

—No quería intercambiar dinero por… esto.

—Esto es todo. —Li Yuechi giró las manos hacia afuera y repitió—: Este es mi límite.

Tang Heng se quedó boquiabierto. Todavía no podía procesarlo, no entendía cómo las cosas llegaron a esto. Su corazón, latiendo a veces rápido y a veces lento, parecía haber chocado con un callejón sin salida. Con un fuerte estruendo, todo se había desmoronado, volviéndose frío.

Pero cuando su mano se había presionado contra la suya en ese momento, la palma había estado cálida.

Tang Heng dio otro paso hacia atrás y dijo:

—Me voy. —Su voz era suave, baja, casi ahogada por el fluir ascendente y descendente del río.

Li Yuechi estaba tan tranquilo como siempre.

—Gracias a todos ustedes hoy.

No fue «a ti». Fue «a todos ustedes».

Tang Heng quería darse la vuelta y echar a correr, pero entonces Li Yuechi habló.

—Ya no tienes que venir para la investigación. Pondremos tu nombre.

Con la espalda hacia Li Yuechi, el cuerpo de Tang Heng se volvió a tensar.

Cuando Tang Heng volvió en sí, ya estaba en un taxi. El auto había avanzado un buen trecho. A través de la ventana, aún podía ver vagamente el deslumbrante Puente del Río Yangtsé. Tang Heng echó un vistazo y apartó rápidamente la mirada. En un aturdimiento, se preguntó cómo su relación con Li Yuechi había llegado a esto. Debía admitir que lo lamentaba. Incluso si no podían ser novios, ser amigos o compañeros de clase también estaba bien. Mientras pudiera seguir viéndolo.

Pero ahora, no podían ser nada. Nadie en su vida lo había tratado como Li Yuechi para aclarar las cosas con él. Li Yuechi, un chico heterosexual, incluso lo había besado. ¿Qué era esto? Era como alejar a un mendigo dándole una buena comida y luego decirle: «Ya no mendigues aquí. No habrá más».

Lo peor era que Tang Heng no sabía qué había hecho mal. No había salido del closet, no le había confesado sus sentimientos, ni siquiera le había tocado la mano antes. Solo quería prestarle algo de dinero para que no lo golpearan de nuevo. ¿Era un pecado tratar bien a alguien en este mundo?

El taxi se detuvo, arrancó de nuevo, giró y entró en el Bulevar de Wuhan que cruzaba el río Yangtsé. No podía ver el agua del río bajo la noche, solo los destellos de luz de los cargueros. Tang Heng no sabía a dónde había ido Li Yuechi. ¿Quizás de vuelta al hospital? Sabía que probablemente no volvería a verlo después de esto. En realidad, solo se habían conocido durante menos de diez días. Esos días fueron como la brumosa luz de la luna de Wuhan, dispersándose en la superficie del río negro, rompiéndose en pedazos.

Tang Heng se apretó el estómago mientras el sudor le corría por la frente.

—Señor, detenga el auto —le dijo al conductor.

—¿Qué pasa? —El conductor se tensó de inmediato—. ¿Bebiste demasiado?

—No, yo… —. «Me mareé».

—Espera un poco. ¡Puedo detenerme más adelante!

Tang Heng no respondió y se apretó fuertemente el estómago. Normalmente, cuando salía, siempre trataba de tomar el metro o ponerse parches para el mareo antes de tomar un taxi. Hoy podría haber tomado la Línea 2 de vuelta a la escuela, pero ya era demasiado tarde; el metro ya había dejado de funcionar.

El taxi finalmente se detuvo. Tang Heng abrió la puerta de un tirón y salió corriendo. Se agachó junto al pasto y comenzó a vomitar en seco. Su estómago estaba revuelto, pero no salía nada. Las lágrimas le corrían por la cara por reflejo natural; era más que patético.

El conductor esperó unos segundos antes de acercarse y preguntar con preocupación:

—¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve al hospital?

—Estoy bien —dijo Tang Heng con voz ronca. Al final, no vomitó. Sacó su billetera.

—Detengámonos aquí. Caminaré de vuelta.

—¿Eh? —dijo el conductor—. Está muy lejos.

Tang Heng negó con la cabeza, indicando que estaba bien.

Esa noche, Tang Heng caminó desde Yuejiazui de regreso a la Universidad de Hanyang. No sabía cuánto tiempo había caminado, solo que cada vez había menos autos en la carretera y todas las tiendas estaban cerradas, excepto las tiendas de conveniencia abiertas las 24 horas. Compró una botella de agua en un 7/11. Bebió la mitad y vertió el resto en su rostro, mojando también su camiseta. Siguió caminando; le salieron ampollas en los pies, estaba cubierto de sudor y toda su camiseta estaba empapada.

Cuando llegó a casa, su teléfono hacía tiempo que había muerto. Sin mirarlo, Tang Heng se dejó caer en el sofá, completamente agotado, y se sumió en un profundo sueño.

No soñó con nada, quizá porque estaba demasiado cansado.

Durmió hasta la brillante y soleada tarde. Tang Heng fue despertado por el sonido de su niñera tocando la puerta.

Presionó su teléfono. Sin reacción. Fue entonces cuando recordó que no lo había cargado.

—Tía Wang. —Tang Heng frunció el ceño—. ¿Qué hora es?

—¡Pasadas las cuatro! —La tía Wang le entregó apresuradamente una taza de agua a Tang Heng—. ¿Qué hiciste? Tu voz está ronca. ¿Tienes shanghuo[1]?

—Tal vez… —Su voz realmente estaba muy ronca, pero no era solo su voz. Todo su ser se sentía lento.

—¿Qué tal si te cocino un poco de congee de frijol mungo? Aliviará el calor.

—Está bien, gracias.

—Tú, joven, comes afuera casi todos los días. ¡Claro que te dará shanghuo! —lo regañó la tía Wang mientras limpiaba la casa—. Come en casa hoy. Cocinaré algo rico para ti, ¿de acuerdo?

Tang Heng se levantó para ducharse en el baño. Puso la temperatura del agua muy baja y se sintió mucho más fresco. La tía Wang había terminado de limpiar la casa y estaba preparando la cena en la cocina.

Tang Heng encendió su teléfono y de inmediato recibió una serie de mensajes. Algunos eran de sus compañeros de clase, preguntándole si quería ir de viaje a Changsha en unos días; otros eran amigos del círculo de bandas de rock, invitándolo a ver sus actuaciones. Por supuesto, la mayoría de los mensajes eran de An Yun y Jiang Ya. Parecía que los dos se habían puesto de acuerdo. A partir del mediodía, uno lo bombardeó con mensajes de texto mientras que el otro llenó su buzón de voz con llamadas.

Tang Heng marcó el número de Jiang Ya.

—¿Qué pasa?

—¡Mierda, estás vivo! —maldijo Jiang Ya—. ¡Estábamos a punto de llamar a la policía!

—Vete al diablo. ¿Tuviste tiempo de preocuparte por mí?

—Oye, somos del tipo «los colegas antes que las chicas». —Jiang Ya se rio, pero luego preguntó rápidamente—: ¿Perdiste la voz?

—Mn —respondió Tang Heng—. Fue por el aire acondicionado.

—¡Oh, mierda, no puede ser! —La voz de An Yun sonó—. ¡Tenemos una actuación mañana por la noche!

—… ¿Podemos cambiarla para el siguiente día?

—¡Pasado mañana es lunes!

—¿No se puede el lunes?

—Supongo que sí, pero ¿no vas a hacer visitas con Xiaoqin?

Tang Heng guardó silencio durante un par de segundos.

—No —respondió en voz baja—. No iré de nuevo.

—¿Eh? —exclamó An Yun—. ¿Por qué no?

—No quiero.

—Uh… ¿El profesor Tang estuvo de acuerdo?

—Lo resolveré después. —Tang Heng cambió de tema con cierta irritación—. ¿Tienen planes ustedes dos esta noche?

—Estamos esperando tus órdenes —dijo Jiang Ya.

—Vengan a cenar a mi casa. Después de comer, podemos ver una película o jugar a las cartas.

—¡Claro! —exclamó Jiang Ya—. ¡Extraño el cerdo al vapor de la tía Wang!


[1] En la Medicina Tradicional China (MTC) es sufrir de calor interno excesivo.

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